¿Hay veteranos por la paz en Colombia?

(Este artículo está el primero de dos. La segunda parte serán entrevistas con veteranos de las FARC-EP firmantes del acuerdo de paz de 2016)

Por James Patrick Jordan, traducido por Adrián Boutureira

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Una vez le pregunté a un destacado líder del movimiento social y ex senador colombiano si había en su país alguna organización o movimiento similar a los grupos estadounidenses Veteranos por la Paz o Veteranos Iraquíes contra la Guerra (ahora Dar la Vuelta). Fue en 2011, y yo estaba allí con una delegación patrocinada por la Alianza por la Justicia Global y el Gremio Nacional de Abogados de los EE.UU. Me miró un momento y luego dijo: “Tenemos veteranos, pero no están a favor de la paz”. Su respuesta confirmó mi propia experiencia limitada sobre esto.

Por supuesto, se trataba de Colombia en 2011, un país que acababa de conocer el escándalo de los “falsos positivos”, cuyos detalles aún se están revelando. Ese escándalo se refiere a la práctica constante de miembros de las fuerzas armadas colombianas de atraer a jóvenes pobres y desempleados a zonas remotas con promesas de trabajo, matarlos y vestir sus cuerpos con uniformes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) y reclamarlos como combatientes enemigos. Esto se hizo para exagerar las cifras de guerrilleros muertos y así cosechar recompensas y ascensos por sus “éxitos”.  El tribunal de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) afirma que hubo al menos 6.400 casos de este tipo sólo entre 2002 y 2008, aunque algunos estudios elevan la cifra a 10.000. El escándalo se saldó con el encarcelamiento de seis miembros del ejército, el despido de 27 oficiales y la dimisión del comandante del ejército, el general Mario Montoya.

La realidad objetiva en Colombia era, y es, que un soldado en servicio activo o un veterano militar que abogen por la paz o simplemente se niegen a participar en los abusos y asesinatos que se han convertido en algo cotidiano, es alguien que simultáneamente lo hace ponienddo su propia vida en peligro. Cuando los soldados estadounidenses vuelven a casa radicalizados, hartos de luchar en las guerras del Imperio y buscando trabajar por la paz, lo hacen a miles de kilómetros del frente. Pero en Colombia los campos de batalla están en casa, y las repercusiones para los que hablan pueden ser graves.

Sin embargo, he pensado en lo que dijo el ex senador muchas veces a lo largo de los años. Aunque los porcentajes han fluctuado, ha habido un amplio apoyo al acuerdo de paz. Observé personalmente una marcha por la paz en 2013 en Colombia que contó con 1,2 millones de participantes. El servicio militar es obligatorio en Colombia, aunque hay maneras que los jóvenes pueden tomar para evitarlo, especialmente si sus familias tienen recursos económicos. Esto hace que una alta proporción de soldados provenga de familias pobres, obreras y/o campesinas. La mayoría de los jóvenes que ingresan al ejército colombiano no lo hacen como monstruos, con la mente puesta en el asesinato.

Pero la presión debe ser inmensa. Incluso mientras escribo esto, llegan noticias de que los soldados responsables de la tortura, mutilación y asesinato de Dimar Torres están siendo liberados de su cautiverio. Torres fue asesinado el 22 de abril de 2019. Un artículo que escribí publicado por la Alianza por la Justicia Global describe lo sucedido:

“Dimar Torres Arévalo era un ex insurgente que había dejado las armas para reincorporarse a la vida civil. Era residente del pueblo de Carrizal, en el Municipio de Convención, Departamento de Norte de Santander. Wilson había ido al cercano pueblo de Miraflores a comprar un cuchillo de caza. Cuando los habitantes del pueblo se dieron cuenta de que no había regresado tiempo después, se dirigieron a un puesto de control militar cercano que lleva años en la zona, preguntando por su paradero. Más tarde, oyeron disparos y volvieron para encontrar a los soldados intentando enterrar el cadáver de Wilson. Los aldeanos rodearon a los soldados, empezaron a grabarlos y se apoderaron del cadáver, negándose a abandonarlo, incluso cuando los militares empezaron a hacer disparos de advertencia al aire. Exigieron la presencia de las autoridades colombianas competentes y de representantes de las Naciones Unidas. Un informe forense posterior detalló una escalofriante sucesión de acontecimientos. El asesinato había sido cometido por entre 5 y 8 soldados, precedido de torturas. Primero le golpearon con rifles y le violaron sexualmente antes de cortarle los genitales. A continuación, le golpearon de nuevo y le dispararon a quemarropa”.

La situación se complica enormemente cuando los soldados que cometen estas atrocidades con tanta frecuencia se encuentran respaldados por un sistema jurídico y político que les da impunidad y mano libre de forma abrumadora, en lugar de consecuencias por sus crímenes.

Aun así, estaba seguro de que debía haber ejemplos de soldados y veteranos que querían la paz y que se resistían a los abusos. ¿Dónde estaban, quiénes eran, cuáles eran sus historias? No podía dejar descansar estas preguntas.

No tardé en saber de Raúl Antonio Carvajal Londoño, un joven soldado que se negó a recibir órdenes de matar a civiles en el marco del escándalo de los falsos positivos. Su negativa le costó la vida, muerto a tiros por sus oficiales superiores el 8 de octubre de 2006. La causa oficial de su muerte fue que murió en combate a manos de la guerrilla. Sin embargo, estaba destacado en un área fuera de las zonas de conflicto, en un lugar donde no se había producido ninguna batalla. Durante 14 años, su padre, Raúl Carvajal (padre), hizo campaña para que se hiciera justicia con su hijo hasta que murió de Covid-19 en junio de 2021.

En 2016, volví a conocer la actitud de los militares e incluso pude conversar con algunos de ellos. Viajaba con mi amigo y camarada Dan Kovalik, un destacado autor y abogado de derechos humanos y laborales. Habíamos viajado al pueblo de Cominera, una zona rural del municipio de Corinto, en el norte del departamento del Cauca. Estábamos allí para observar el plebiscito del 2 de octubre de 2016 sobre los acuerdos de paz. Más tarde nos enteraríamos de que el NO había ganado por sólo 0,5% en una votación empañada por la baja participación de los votantes, una campaña masiva de propaganda de noticias falsas por parte de las iglesias, en su mayoría protestantes, y un huracán que azotó la zona del Caribe el día de la votación, una zona que tenía los niveles más altos de apoyo al acuerdo de paz en el país.

La mañana de la votación, fuimos al colegio electoral. Cuando llegamos, una columna de unos 15 soldados entró en la zona. La mayoría de los soldados se mostraron distantes, y algunos parecían visiblemente descontentos con nuestra presencia. Sin embargo, algunos eran amables y parecían entusiasmados de vernos. Recuerdo especialmente a un par de soldados afrocolombianos que querían hablar e incluso hacerse fotos con nosotros. Indicaron que se encontraban entre los colombianos que esperaban sinceramente la paz y el fin del conflicto armado. Casi parecían vertiginosos de emoción.

Dan había traído una bandera con el signo de la paz y había pedido a los funcionarios electorales que la izasen en algún lugar cercano, aparte del colegio electoral. Los dos soldados se ofrecieron con entusiasmo a ayudar, y eran puras sonrisas cuando vieron ondear la bandera. Cuando pienso en la paz en Colombia, por supuesto que pienso en los trabajadores y en los campesinos y en los líderes del movimiento popular y en los ex insurgentes, en lo que significa para ellos. Pero también pienso a menudo en estos dos jóvenes soldados, en que la paz también es buena para ellos. Una paz justa en Colombia sería para todos.

Ahora mismo estoy en Colombia, entre la primera y la segunda (y última) votación para elegir al próximo presidente del país. Estoy aquí informando sobre las elecciones para la Alianza por la Justicia Global, y también hemos organizado equipos de observación. Más de una vez he visto o escuchado análisis que describen las elecciones como algo que tiene un impacto existencial en el destino del acuerdo de paz de 2016. ¿Podría esta votación decidir el futuro del proceso de paz de Colombia?

Ya se han producido dos votaciones. El 13 de marzo de 2022, el Pacto Histórico de Centro-Izquierda ganó el bloque más grande en el Senado y el segundo bloque más grande en la Cámara-pero esa victoria fue cedida sólo después de que se descubriera un fraude masivo que había originalmente producido resultados falseados. Tras la primera vuelta de la votación presidencial del 29 de mayo de 2022, Gustavo Petro y la candidata a la vicepresidencia Francia Márquez, obtuvieron el 40% de los votos, quedando en primer lugar. Sin embargo, Rodolfo Hernández, a menudo llamado “el Trump de Colombia”, obtuvo el 28%, y el candidato de la derecha, Federico “Fico” Gutiérrez, el 24% de los votos. El candidato supuestamente “centrista” Sergio Fajardo sólo obtuvo el 4% de los votos. La mayoría había asumido que Gutiérrez desafiaría a Petro en la segunda vuelta electoral. El hecho de que Hernández quedara en segundo lugar se consideró una sorpresa.

Independientemente de lo que digan los resultados de estas dos primeras votaciones sobre los votantes colombianos, una cosa está clara: el statu quo del uribismo (la tendencia política de ultraderecha, asociada a los paramilitares, liderada por el ex presidente y actual senador Álvaro Uribe) y el “centro” descarriado fueron ambos rechazados rotundamente. Fico, el candidato del establecimiento de la derecha, ni siquiera superó el 25% de los votos, y el voto por Fajardo lo relegó a la irrelevancia.

Eso es lo que se rechazó. ¿Pero qué se acogió? Los resultados del 13 de marzo pueden haber sido positivos para el Pacto Histórico, pero más allá de eso, es difícil de predecir. Si las fuerzas de izquierda y de centro en el Congreso pueden unirse en torno a la legislación, tienen una mayoría que podría ejercer un poder considerable. Sin embargo, no es una realidad con la que se pueda contar. Por ejemplo, el Partido Liberal es el bloque más poderoso del Congreso, tanto por sus escaños en la cámara como en el senado. Los liberales representan una parte del poder económico colombiano. Más allá de eso, son imprevisibles. De este partido han salido tanto la izquierdista Piedad Córdoba como el ultraderechista Álvaro Uribe. El nuevo Congreso ejercerá una tremenda influencia en los próximos años, aunque sea bajo la batuta de los ineptos e incapaces. Si ese es el caso, es probable que lleven a Colombia a un empantanamiento. Sea quien sea el presidente elegido el 19 de junio, el Congreso podría hacerlo o deshacerlo.

¿Y quién será? Las últimas encuestas muestran un empate estadístico. Aunque es casi imposible predecir quién ganará, podemos examinar lo que las elecciones significarán para el proceso de paz.

Gustavo Petro, del Pacto Histórico, es él mismo un producto de un proceso de paz. Como joven miembro de la insurgencia del M-19, su reincorporación a la sociedad civil y su entrada en la política fueron posibles gracias al acuerdo alcanzado entre el M-19 y el gobierno colombiano. Del mismo modo, Petro no ha vacilado en su apoyo a las negociaciones que comenzaron en 2012, ni al acuerdo de paz de 2016 que resultó.

Por supuesto, ningún proceso de paz en Colombia es realmente completo mientras el país siga siendo una colonia militar del Pentágono y del gobierno estadounidense. Si Petro ha dado algún indicio al respecto, es que no tomará acciones importantes para revertir el papel de Colombia como socio regional y mundial crucial del imperio de Estados Unidos y la OTAN. La lucha por la “segunda independencia” de Colombia tendrá que continuar con o sin una presidencia de Petro.

El candidato populista y de derecha Rodolfo Hernández ha dicho que no solo apoya el acuerdo de paz, sino que lo haría retroactivo para incluir al ELN (Ejército Popular de Liberación). Sin embargo, Hernández no tiene antecedentes en la defensa del proceso de paz y, de hecho, votó en contra en el plebiscito de 2016.

Así como la verdadera paz en Colombia no se puede separar de su ámbito internacional, tampoco se puede separar de la represión de los movimientos sociales, y de las condiciones generales de pobreza que siguen imperando en este país, el segundo más desigual de América. Cabe destacar que la Policía Nacional de Colombia, más que una fuerza civil, está bajo la dirección de las Fuerzas Armadas de Colombia y del Ministro de Defensa (algo que Petro ha propuesto eliminar). No es incorrecto decir que los principales objetivos de las fuerzas armadas colombianas en los últimos años no han sido tanto los grupos armados como los manifestantes desarmados y los líderes sociales. Hernández ha propuesto la creación de una gigantesca megacárcel más grande que el área metropolitana de Bogotá, en la que no se alimentaría a los presos que no trabajen. Es partidario de la policía antidisturbios del ESMAD, creada y financiada por Estados Unidos, una de las instituciones más odiadas de Colombia, responsable de las bajas de los movimientos populares tanto en el ámbito rural como en el urbano. Petro, por su parte, ha sido el único de los candidatos mayores a la presidencia que se ha sumado a la petición de desmantelar el ESMAD. En general, Hernández estaría a favor de ampliar el poder y la fuerza de los militares y la policía de Colombia.

El 22 de mayo, estuve en la Plaza Bolívar, en el centro de Bogotá, para observar el último mitin de la campaña de Petro/Márquez antes de la votación de la primera vuelta. La plaza era un mar de banderas y pancartas que reflejaban, en su mayoría, el carácter de izquierda de la coalición Centro-Izquierda. Me siento muy a gusto entre banderas rojas y carteles del Che, es cierto. Pero me pregunté si la candidatura de Petro/Márquez tiene apoyo del centro. Y me puse a reflexionar de nuevo sobre aquella conversación de 2011 con aquel ex senador, y sobre la existencia o no de veteranos para la paz en el país. Gane quien gane el 19 de junio, ¿hay un apoyo amplio para sostener el proceso de paz?

Miré para ver a un hombre solitario de pie con una pancarta algo grande. Lo que leí no eran las palabras de otro rojo como yo. Eran las palabras de alguien que realmente tenía hambre de paz en su corazón, que había lanzado su apoyo a Gustavo Petro. Eran las palabras de un hombre religioso. Eran las palabras de un veterano:

“….Colombianos y colombanas, soy un ex militar de una familia  de ex militares y combatí al M-19 en los años 80 y 86 en el Caquetá y nunca el M019 se involucró en reclutamiento de menores y much menos se involucraron en narcotráfico, por esa razón apoyo a para a Giustavo Petro y Francia Márquez y los tengo encadena de oración….

Les recuerdo, señores y señoras… [lo que] quieren [el establecimiento colombiano] es comprar con lo de nosotros aviones y armas para la guerra, no les importa Colombia sino la plata y el derramamiento de sangre inocente.”

Hay otro poder en Colombia que es más fuerte incluso que el poderío combinado de la presidencia, el congreso y la oligarquía colombiana, respaldado por el poderío militar de los Estados Unidos. Es el poder del pueblo, un pueblo harto de la guerra y la represión, un pueblo que quiere la paz, un pueblo formado por obreros, estudiantes, campesinos, ex insurgentes… y, sí, incluso veteranos por la paz.

Pienso en las masivas huelgas populares de 2019 y 2021, movimientos que hicieron retroceder las medidas de austeridad y resistieron directamente a la maquinaria de represión y guerra.

¿Mi predicción? El sueño de paz y justicia para Colombia y el mundo permanecerá mientras se mantenga en el corazón de la gente.

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